No quería ser un árbol
Dedicado a Gero Tamay
—¡Quiero ser la mariposa, si no, no quiero salir en la obra!, le dijo Mayelita a sus papás.
El año pasado había asistido a un colegio para niños y niñas especiales donde aprendió muchas cosas que ya sabía hacer, pero que gracias a las clases, resultaban aún más fáciles, como comer con cubiertos especiales para no tener accidentes, o ganchos ingeniosos para colocarse los calcetines, y hasta el uso de sillas especiales para bañarse con toda comodidad.
Ahora Mayelita ya iba a la misma escuela que sus amigos de la cuadra, la Wichita, que le quedaba muy cerca de casa. En esos días estaban practicando una obra para el festival de primavera, ella quería ser una mariposa, pero tendría que desplazarse por todo el escenario y ello tenía cierto grado de dificultad.
Su maestra muy amable y cariñosa le sugirió que podía ser un hermoso árbol, pero eso no la animó mucho, al contrario se fue muy triste a casa. Al llegar le comentó a su mamá que ella deseaba tener unas brillantes y hermosas alas de color rosa.
—No mamá, si no soy mariposa, prefiero no participar—. Dijo contundente y cruzando los brazos.
Mayelita se había imaginado volando, al igual que las mariposas que adornaban el salón. Se vio a sí misma, planear entre las flores de color pastel, los árboles y los animales de colores. Ella era parte de esos dibujos. Pero cuando la maestra le dijo que sería un árbol, fue como estrellarse contra un muro.
—Yo creo que deberías considerarlo, ser un árbol no es tan malo.
—No me veré bonita como árbol mamá.
—¿Quién dice que los árboles no son bonitos? Algunos tienen frutos y flores que los hacen únicos, tu podrías ser uno de ellos.
—Pero no voy a brillar.
—¿Brillar?
—Sí, me imaginaba mis alas brillantes con escarchas y diamantinas.
—¡Ay! Mayelita, ahora si me hiciste reír. No te preocupes, porque si quieres brillar serás un árbol resplandeciente. Bueno, ya es hora de dormir. Seguiremos platicando de eso mañana.
Mayelita se desplazó en su silla de ruedas hacia su recámara. Era una niña fuerte y podía levantar su propio peso con facilidad, así que se instaló en la cama, acomodó sus inmóviles piernas y después de hacer su oración, se durmió.
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Soñó que era un árbol de manzanas tan rojas que parecían tener vida propia. Eran más bonitas que las del súper. También podía ver cómo los árboles movían sus copas de un lado para el otro impulsados por el viento. Le pareció que bailaban. Vio cómo las hormigas, catarinas e incluso algunas mariposas iban y venían por la corteza del árbol, de arriba hacia abajo. Era un desfile de colores. Y el largo sonido de las hojas le pareció un arrullo.
Al día siguiente mientras se vestía para ir a la escuela les comentó a sus papás acerca de su sueño. Para su sorpresa, durante la noche, ambos se habían desvelado haciendo unas preciosas manzanas de unicel cubiertas con diamantina roja. Además, cada una tenía un palito con su hoja. A Mayelita le brillaron los ojos.
—¡Mamá, papá, qué bonitas están! ¿Son para mi traje de árbol?
—¡Claro, mi cielo!, le dijo su papá.
Cuando llegó a la escuela, de inmediato le comentó a su maestra que aceptaba ser un árbol: un árbol de manzanas. Entusiasmada practicó la obra con sus compañeros, le puso muchas ganas. Cuando era el momento de mover sus manos como las ramas de un árbol, reía con emoción.
El día del festival, su mamá también fue vestida de verde y alrededor de su cuello, llevaba una linda pañoleta de manzanas. Antes de entrar al escenario del Teatro de Cancún, le dio a su hija una cajita dorada con un moño rojo. Cuando Maye la abrió descubrió unos aretes en forma de manzana.
—Pónmelos, mamá. ¡Se me verán geniales!
A su papá le negaron el permiso para salir temprano del trabajo porque no había quién lo supliera. Aún no le había avisado a su esposa que no llegaría, se estaba esforzando para acabar la pila de documentos que tenía acumulados en el escritorio, pero le parecía que los papeles no se acabarían nunca. Uno de sus amigos lo vio muy agobiado y preguntó:
—¿Por qué tanto apuro?
—Mi hija se presenta en el Teatro de Cancún por el Festival de Primavera. Y todavía me falta mucho.
—Ya deja eso, yo lo termino, anda. No siempre se presenta tu hija en un teatro. ¡Tienes que ir!, le dijo su amigo.
Él se levantó y corrió, hasta olvidó su saco. Cuando llegó, Mayelita ya estaba en el escenario y la obra, a punto de empezar. De entre todos los pequeños actores, la niña que daba vida a un árbol de manzanas sobre ruedas, parecía ser la más feliz.