En repetidas ocasiones he tenido la oportunidad de escuchar la frase: ¡mamá (a veces papá), eres una exagerada!
Los hijos, sobre todo cuando aún son adolescentes, juzgan que los papás son exagerados por estar al pendiente de su situación de salud, alimentación, vestimenta, higiene personal, vida social e incluso adicciones entre otras circunstancias que condicionen este vehemente reclamo.
¿Por qué es común y frecuente tan severa apreciación?
Los adultos sabemos que se necesita acumular experiencias para aprender a tener precaución, y como padres podemos percibir la vulnerabilidad de nuestros hijos ante el peligro. Cuando el ser humano es de temprana edad, descubre, aprende, juega y experimenta. Este desarrollo le permite identificar que el agua caliente quema y que si tira humo es porque precisamente esté caliente, que los objetos puntiagudos causan dolorosas punzadas, que el correr con los ojos cerrados tendrá como consecuencia una caída y muchas vivencias que por experiencia propia que se vuelven aprendizaje.
Sin embargo, cuando uno ya lleva algunos años recorridos en la vida, aprende a conocer las situaciones de riesgo y prevenir los daños derivados de éstas. Es por ello que los padres, en un afán de protección hacia los hijos, insisten en evitar que realicen temerosos actos que vayan en perjuicio de su salud o su integridad física.
En muchas ocasiones, los adolescentes y jóvenes se impacientan ante las recomendaciones de los adultos, al grado de librar verdaderas batalles campales que causan distanciamiento en la relación, situación que los chicos expresan como hartazgo. Tal pareciera que la insistencia de los padres tiene el motivo principal de arruinarles la vida, coartar su derecho a opinar o restringir su libertad, pero esto no es así, lo cual asimilan solamente conforme los niños y adolescentes van creciendo, pues es cuando logran entender el trasfondo de la actitud de sus padres.
Pero la realidad de estas exageraciones de los papás, está relacionada con el amor que se siente hacia los hijos. Es mucho más fácil que un papá diga: Ya te dije, es tu problema el que no me hagas caso. En cambio, las mamás, son más insistentes en aconsejar, pues existe un vínculo de amor más estrecho y no es para menos: 9 meses de embarazo que corresponden a 280 días dentro del cuerpo de mamá, sentir sus primero movimientos, soportar los malestares propios del embarazo y el dolor del parto, amamantarlos y estar pendientes en todo momento de que estén bien los primeros meses de vida son las condiciones perfectas para que el amor de una madre sea indisoluble, que pueda persistir a pesar de todos los sin sabores y malos momentos que se puedan vivir en la relación con los hijos.
Sin embargo, el ser impositivos e imperativos son conductas que no ayudan a que estas exageraciones den fruto de forma inmediata en la conducta de los hijos. El dialogo amoroso, explicar el porqué de estas recomendaciones, retroalimentar cuando se producen las situaciones advertidas por no escuchar consejo, el estar pendientes cuando no hacen caso, son la mejor manera de conseguir que los hijos entiendan y atiendan las recomendaciones de los padres.
Aunque también existe el otro lado de la moneda, cuando hay padres que caen una sobreprotección extrema de los hijos y no les permiten el aprendizaje por experiencia. La sobreprotección es la mejor forma de volver a los hijos inseguros y en algunas ocasiones, disculpando el término, adultos mediocres, sin aspiraciones.
Un ejemplo que habitualmente manejo en mi práctica profesional es el de los pájaros en la jaula, en el cual explico que los pájaros que se encuentran enjaulados, se les da de comer todos los días y se les protege de los depredadores al estar encerrados, sin embargo, también se le limita la capacidad de la autosuficiencia para buscar su alimento o defenderse. Por eso, cuando un pájaro escapa de la jaula, probablemente muera de hambre por no poder conseguir su alimento o ser presa fácil del depredador.
En mi trabajo me encuentro con papás que viven preocupados por las enfermedades de sus hijos, preocupación que raya en lo patológico, como el estar llamando o acudiendo al médico ante la menor circunstancia de salud de los niños fuera de lo habitual, o el estar desesperados porque los medicamentos administrados no surten efecto en los niños a la velocidad del rayo, midiendo a cada minuto la temperatura o medicando a los niños a dosis y horarios diferentes a los prescritos en las recetas. Cierto es que hay enfermedades en las cuales se debe mantener una vigilancia estrecha de la evolución, pero esto deber ser sin caer en paranoia, conducta que puede estar propiciada por una información inadecuada, escueta o incluso inexistente del médico tratante con respecto a la evolución de la enfermedad tratada. Es por eso la importancia de acudir con el médico que te ha demostrado capacidad resolutiva, con el que se tiene buena relación médico-paciente y disponibilidad.
Decía mi padre: Ya verás cuando tengas tus propios hijos y me darás la razón de lo que te digo, ¿saben? Papá tenía mucha razón. Y no dudo que en algún momento de nuestras vidas, cuando ejercemos el rol de padres, nos damos cuenta de que lo que nos decían era cierto y lamentamos esos reproches y malas contestaciones. Y como un ciclo sin fin, ahora nosotros damos esos consejos que muchas veces condicionan angustia y desesperación al no ser escuchados y o atendidos por los hijos.
Pero no decaigas en tu esfuerzo de cuidar a tus hijos, sigue siendo un padre exagerado, pues tu exageración les hará saber el día de mañana, cuanto los amas.
Dr. Carlos P. Baquedano Villegas
Especialista en Medicina Familiar
Cancún, Q. Roo, México. Marzo del 2019