Rita la cotorrita, de la escritora Leticia Flores
Esta era Rita la cotorrita, su verde plumaje remataba en rojos, amarillos y naranjas por toda su cabeza, era un ave muy especial porque no sólo le gustaba cantar, también tocaba la guitarra y tenía mucha creatividad para componer canciones.
Rita la cotorrita amaba a los niños y para ellos eran sus cantos, en cada canción les recordaba cosas importantes, como que después de comer y de antes de cualquier otra actividad, debían hacer su tarea, o que es muy bueno dar las gracias y pedir las cosas por favor.
Así Rita con su guitarrita, volaba de casa en casa. Donde había niños que estudiaban, se posaba en la rama de algún árbol cercano y entonaba sus lindas canciones. La mayoría de los niños después de escucharla cantar, salían un momento a saludarla, y ella feliz, se iba a la siguiente casa.
Un día Jerónimo salió muy cansado de la escuela, ni comió, inmediatamente se fue a dormir. No escuchó a Rita, ni recordó que tenía una tarea sobre los recursos naturales “renovables y no renovables”. Por la tarde, cuando despertó, su hermanito Martín estaba viendo un programa que le gustaba mucho, así que se distrajo con la tele un rato, luego fue a la cocina, se hizo una torta y se quedó en la sala toda la tarde.
Ya era casi de noche cuando llegó su mami de trabajar, les preparó unos hot-cakes de plátano con chispas de colores, así que cenaron muy sonrientes y se fueron a dormir. Al otro día empezaron las carreras, pues Jerónimo además de no haber hecho su tarea, no preparó su mochila ni su uniforme, y mucho menos boleó sus zapatos.
Cuando Rochi, la mamá de Jerónimo y Martín los vio parados en la puerta, vio la diferencia: Martín lucía impecable y Jerónimo era un desastre.
—Jerónimo, ya estas grande como para saber lo que tienes que hacer. Sabes muy bien que debes preparar tus cosas para la escuela. Ya estás en sexto año, eres un niño grande y debes hacerte responsable. No quiero estar repitiéndolo a cada rato.
Jerónimo aunque se sintió avergonzado y agachó la cabeza, torció la boca sin que su mamá se diera cuenta y soltó muy quedito la frase:
—Sí, ya sé. Lo siento, no vuelve a suceder.
Martín también se sitió avergonzado con el regaño, incluso un poco enojado: a veces le gustaría ser como Jerónimo y olvidarse de las responsabilidades, pero no podía, su naturaleza era otra quizá porque amaba estar con su abuelita Chofita cuando iba a visitarlos durante las vacaciones. Ella les daba siempre buenos consejos, como tener siempre listo su uniforme, separar su ropa, ayudar a mamá en casa, o secretos como bañarse tempranito para que se les quitara la flojera.
Cuando llegó a la escuela, la maestra dijo:
—Jerónimo pasa a hacer tu exposición del tema de tarea.
Él se quedó mudo, ni siquiera se acordaba de la tarea y abrió tremendos ojos, tan grandes y redondos, como el cero que le puso la maestra en su cuaderno.
Cuando Martín y Jerónimo llegaron a su casa, calentaron la comida que les dejó su mamá en el refrigerador y se sentaron a comer. Entonces Jerónimo le contó a su hermano. Ambos estaban preocupados. Ya sabían que el castigo de su mamá sería mayor:
—Espero que ahora si entiendas Jerónimo. Una semana entera sin televisión.
Rita la cotorrita, que estaba cerca de la ventana escuchó todo lo sucedido, así que tomó su guitarra, se acomodó el plumaje y comenzó a crear una nueva melodía. Era hermosa, divertida, tan alegre que hasta los hizo sonreír. La letra hablaba sobre responsabilidad, sobre el amor que se expresa en cada tarea cumplida, sobre el esfuerzo y las recompensas.
En el corazón de Jerónimo nació un arrepentimiento sincero y dijo mirando a los ojos a su madre: “Me voy a esforzar de verdad mamá. No quiero ser el burro del salón”. Luego la abrazó.
Rita la cotorrita compuso entonces otra canción para felicitar a los niños que cumplían con sus deberes. Jerónimo cumplió su promesa, le echaba tantas ganas, que comenzó a sacar puro nueve y diez.
F I N