El cuento de «Los delfines saltarines», de la escritora Leticia Flores

Cuando amanece en el Caribe, los primeros rayos del sol pintan el horizonte y poco a poco, el azul del mar, es cada vez más turquesa. En Cancún, la gente queda admirada por el claro color de la arena, pero hoy, algo los sorprende aún más: la aparición de unos delfines juguetones que a lo lejos parecen sonreír y saltan haciendo curvas, piruetas y maromas, y también esos ruiditos que parecen silbidos. 

Todos dejan de hacer lo suyo para observarlos. Algunos se pierden el contacto directo y sacan sus celulares para tomar fotos o hacer videos, nadie pierde detalle del espectáculo, si pudieran acercarse escucharían su conversación: 

-¿Cuántos giros pueden dar en el aire?-, preguntó Pepe, un delfín delgado de pecho rosado, el más joven del grupo. 

-Yo puedo dar tres. ¡Mírame!, contestó Toño para luego ejecutar su suerte y elevar con gracia su cuerpo regordete y de un gris oscuro. 

En eso llegó Sisi, salpicando y haciendo olas con su cola. 

-Qué bonito está el día ¿no?, ¿ya vieron que hay muchos bañistas? ¿Querrán jugar con nosotros? ¿Y si nos acercamos un poco? 

-No, ten cuidado, algunos no son de fiar, acuérdate de cuando estuvimos en el acuario, no todos tienen buenas intenciones-. Contestó Toño, mientras recordaba la cicatriz que le distingue, a un costado del ojo. 

-Tienes razón, tenemos que ser precavidos. Mejor vámonos-, propuso Pepe. 

-¡No! ¡Vamos a divertirnos! ¿Qué quieren hacer? ¿Nos ponemos en línea para saltar uno detrás del otro? ¿Giramos en círculo a ver quién se marea primero? ¿Jugamos carreritas? Miren, ahí viene Delfina con Lalo. 

-¿Qué hay muchachos? ¿Qué quieren hacer hoy?, preguntó Delfina, la líder del grupo, un ejemplar de gris plateado, buena para escuchar y excelente consejera. 

-Yo quiero demostrarle a Lalo que soy el más rápido de todos. Que entienda de una vez por todas que puedo ser más veloz que un tiburón-, dijo Pepe. 

-Eres un mentiroso, tú no puedes ser más rápido que un tiburón. ¿Quieres ver algo verdaderamente asombroso? Mírame dar cinco giros en el aire, cosa que tú no puedes hacer. 

-Dejen de discutir, dijo Delfina, cada quien es bueno haciendo lo suyo. Les propongo que cada uno le enseñe a los demás un truco para que todos seamos buenos en todo. Esa es una buena forma de llegar a ser un gran equipo. 

-Estoy de acuerdo-, dijo Sisi, mientras saltaba sobre ellos. Nadie era tan buena como Sisi para impulsarse por los aires con la fuerza de su cola.  

Uno a uno, fueron probando sus destrezas mientras Sisi opinaba y daba instrucciones para mejorar la técnica. Cada uno hizo lo propio: Toño les enseñó a permanecer por más tiempo, nadando de muertito. Lalo a dar giros sobre su cuerpo con un sólo impulso. Pepe a pensar que su cola eran un rehilete y a usar la forma aerodinámica de sus aletas para cortar la resistencia del agua.  

Delfina fue su guía, su acompañante más observadora, supo qué decir para que no perdieran la confianza y alcanzaran su meta, ella lo sabía: si seguían así, llegarían a ser un gran equipo. 

En la playa la gente guardó sus celulares, habían registrado un momento inolvidable, algunos subieron fotos o videos a sus redes sociales, otros incluso, habían transmitido en vivo. Muchos turistas estaban ansiosos por mostrar a familiares y amigos el prodigio ocurrido en Playa Delfines. 

Sí, todos estaban emocionados, habían aplaudido una y otra vez, en cada acto. Sabían que jamás podrían volver a presenciar un espectáculo semejante, y con delfines en libertad

 

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