Chuchena se asomó por la ventana y vio la luna reflejada en el lago, parecía un platillo de cera en la superficie. Se emocionó tanto que aprovechó que sus cuarenta hijitos estaban dormidos para salir a dar un paseo. Se puso su abrigo amarillo con rayas negras, el mismo que usó para disfrazarse de abeja en el carnaval, medias rayadas de distinto color en cada una de sus ocho patas, un pequeño sombrero adornado con pelos de ornitorrinco, y salió después de retocarse el maquillaje.
Chuchena era una araña negra y viuda. Cada vez que pasaba por el pueblo se ponían a murmurar pero a ella no le importaba, al contrario, le divertía, y más cuando podía detenerse a platicar con alguien y se daba tiempo para inventar un nuevo significado para los colores de sus medias. Solo que ese día iba muy apurada.
En el camino se encontró con la comadrita Marujita, una libélula tornasolada y alegre, compañera de vida y andanzas.
—Hola, comadrita Chuchena. ¿A dónde vas tan guapa?
—Qué tal, Marujita. Voy a contemplar el reflejo de la luna en el lago, está hermosa y lo alumbra todo con esplendor.
—¿Y a tus hijitos los dejaste solos? ¡Si apenas nacieron ayer!
—¡Ay exageras!, están en un lugar seguro y bien dormidos. Ándale, acompáñame.
—Desde temprano anunciaron en la radio que iba a llover. Además, los alrededores del lago ya no son los de antes. Dicen que ronda Lala, la lagartija.
Lala era una lagartija que gustaba de alimentarse de arañas y moscas. Era muy escurridiza. Cuentan que una vez escapó de una docena de guardias orugas que la tenían rodeada.
—¡A mi Lala la lagartija me hace los mandados!, yo quiero ver la luna en el lago y ninguna lagartija me lo va a impedir. Acompáñame Marujita, así nos cuidaremos mutuamente.
—¿Y si llueve? preguntó la libélula.
—¿Ves nubes?
Ambas miraron el cielo despejado, repleto de estrellas, y rieron a carcajadas. Contentas, las comadres tomaron un sendero. Iban platicando en voz muy alta. Ya habían avanzado un buen tramo cuando empezó a llover. Las gotas eran enormes y caían por montón.
—Te lo dije, tenemos que regresar Chuchenita.
La araña no dijo nada, estaba dispuesta a esperar. Una gota le cayó encima y solo así reaccionó, corrieron lo más de prisa que pudieron y se escondieron en una lata que estaba por ahí. Cuando recuperaron el aliento, se miraron entre sí y soltaron la carcajada.
La lluvia empezaba a calmarse. Estaban a punto de sacar la cabeza cuando escucharon a lo lejos una canción que sonaba cada vez más fuerte:
“Ché, araña,
baila con maña,
hay que contar,
tres pasitos,
arrastraditos, pa’ delante y para atrás”.
Era la lagartija Lala, lo sabían, aunque nunca la habían visto, era la única que cantaba esa canción. Marujita abrió muy grandes sus ojos, ahí estaba: tenía botas de lagartija Lala, guantes de lagartija Lala y sombrero de lagartija Lala.
—Tenemos que huir o nos verá —dijo Marujita, escondiéndose de nuevo. Temía por la vida de su amiga.
Aunque Chuchena era muy valiente empezó a temblar, recordó a sus pequeñas arañitas y en lo mucho que iban a llorar si se la comían. Imaginó que las lágrimas de sus hijos serían tantas que podrían inundar todo el pueblo, ¿qué sería de ellas?, ¡debo mantenerme con vida a toda costa!, pensó la araña.
La canción cesó y de la lluvia solo caían algunas gotas. Las amigas ya más tranquilas se disponían a salir con mucho cuidado, Maruja fue la primera en salir pero dos ojos enormes y saltones detuvieron su paso. Era Lala la lagartija.
—No rico — dijo Lala mientras miraba a Maruja.
—Riiiiiico —dijo cuando miró a Chuchena.
Chuchena ingeniosa, inventó de inmediato un plan: acomodó su abrigo, levantó seis de sus patas y gritó.
—¡No, no rico! Soy abeja. ¡Mira mis colores!
—Buuuuuuu, abejas no ricas. ¡Fuchi, guácatelas!, colores saben horrible—dijo Lala con cara de asco, así que saltó por encima de la lata y se fue.
Las amigas se miraron conteniendo la respiración hasta que pudieron soltar un largo suspiro de alivio.
—¿Podemos regresar a casa? ¿O todavía quieres ver la luna?-dijo Maruja.
Chuchena ya no contestó, empezó a caminar de regreso a casa. Pensativa miró al cielo, volteó a ver a su comadre y con una gran sonrisa le dijo: ¡Gracias!
Apuraron el paso y cuando llegaron a casa, se aseguraron de que los cuarenta pequeños seguían dormidos. Juntas contemplaron el reflejo de la luna en el lago, desde la ventana.