En las elecciones del domingo pasado México superó varios paradigmas, especialmente dos: que la presidencia de la República ya la puede ganar cualquier partido y el fantasma del fraude.
En las dos elecciones presidenciales anteriores el prestigio de la autoridad electoral y sus integrantes fue denigrada, enlodada y hubo iniciativas para desaparecer el Instituto Federal Electoral y crear el actual INE con facultades, incluso, para supervisar y atraer las responsabilidades de los organismos electorales de los estados.
Todo ello con un gran costo en la confianza de los propios mexicanos hacia las instituciones.
Sin embargo, el reconocimiento de los avasallantes triunfos de la opción que antes fue marginal y que no comulga con los intereses y proyecto de nación defendidos y enarbolados por el PRI y el PAN en los últimos 30 años, demuestra la madurez de la sociedad mexicana y de muchos de los protagonistas de la política nacional.
Pero aún ante ese gran avance, ante el virtual destierro del fraude, hay quienes insisten en mantener sus intereses por encima del avance democrático del país y el respeto a las instituciones.
El domingo pasado las elecciones federales fueron organizadas y vigiladas por los mismos ciudadanos que se hicieron cargo de la elección de ayuntamientos en Quintana Roo, de modo que actúan con hipocresía quienes por un lado elogian la jornada electoral porque ganó su candidato presidencial y por otro cuestionan la legalidad del proceso local y lanzan temerarias acusaciones porque fracasaron en su intento de obtener un puesto de elección.
Lo mejor es aguardar a que, como se hizo en el ámbito federal, las instituciones den su veredicto. Hay que esperar los tiempos legales.
La desesperación y el aborazamiento son malos consejeros.
La jornada electoral del domingo fue ejemplar en Quintana Roo. Transcurrió en paz, en tranquilidad.
La seguridad fue supervisada personalmente por el gobernador Carlos Joaquin González, quien en vísperas de la jornada instaló una coordinación multidisciplinaria para atender ese rubro.
Los ciudadanos que fungieron como funcionarios de casilla hicieron un extraordinario papel.
No hay que ensuciar ese trabajo con falsas acusaciones de fraude, con injustificados cuestionamientos a la labor de quienes tuvieron la responsabilidad de operar las casillas.
Quienes justifican su derrota en la presunción de fraude ocultan su incapacidad de convencer a la sociedad para llevarlos al poder.
Y son ellos quienes deben aprender a perder, a valorar el esfuerzo de la sociedad, a respetar la ley y los tiempos legales. Deben ser dignos ante la derrota.
Platea. En Solidaridad las dos candidatas punteras -Cristina Torres y Laura Beristain- no debe ganarles la impaciencia.
El electorado ya habló con su voto. El domingo sabremos con certeza en qué sentido lo hizo y como haya sido, la perdedora tiene que aceptar el veredicto, aceptar la regiduria que le toca y desempeñarla con decoro, eficiencia y, sobre todo, con resultados.
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