Los pacientes del Dr.Búho, de la escritora Leticia Flores
En la sala de espera de la clínica del Doctor Búho, varios animalitos esperaban su turno para pasar a consulta, cuando salió Tuza, la lechuza enfermera y dijo:
— El Doctor Búho tiene que hacer una operación de emergencia, se disculpa porque no les puede atender en este momento, puedo darles una nueva cita y, los que quieran esperar, podrá atenderlos más tarde.
Algunos animalitos como Lucy la luciérnaga, Ramón el ratón, Silverio el perro ovejero y Anita la ranita decidieron quedarse, pues ya habían dispuesto el día para ello.
Al principio estaban en silencio mirándose unos a otros. El silencio era tan pesado y frío que parecía que cada uno era una estatua de hielo. Bueno, no todos, porque en el rostro de Anita, la ranita, se empezaba a formar una sonrisa y una sonrisa siempre da algo de calor y el calor sirve para romper el hielo.
Esa leve sonrisa, que al principio era tímida, fue contagiosa. Poco a poco todos los animales sonrieron y, aunque se cuestionaron en silencio por qué los demás estaban ahí, nadie se atrevió a preguntar. Anita la ranita se animó, saludó, dijo su nombre y todos sintieron confianza para comenzar a platicar.
—¿Qué le trajo con el Doctor Búho?—preguntó Anita, la ranita a Lucy luciérnaga.
Todos escuchaban atentos.
—Pues me he sentido muy cansada, ya que hay unas abejas que me persiguen y me quieren atacar. No lo entiendo. Yo las saludo con cortesía y amabilidad, y cada vez que me piden un favor lo hago con gusto. De verdad que no comprendo y me da mucha tristeza. Me siento tan débil que le pediré al doctor una receta con vitaminas para sentirme mejor.
—No se preocupe tanto, Lucy —dijo Silverio, el perro ovejero— imagino que les molesta su brillo. Ser amable y ayudar cuando se necesita es parte de su luz. Es imposible caerles bien a todos. Quizás sea conveniente que dialogue con la abeja reina y aclare si hay un mal entendido.
—Yo creo que Silverio tiene razón, la mejor manera de conciliar es el diálogo, y si las abejas que le molestan respetan a alguien, es a su reina, confíe en que ella será su mejor aliada. Usted Lucy, no deje de hacer el bien, siga como siempre. Eso le hará sentirse a gusto y ser feliz.
—Y usted, Silverio, ¿para qué viene a consulta?—, preguntó Lucy.
—Yo ya estoy muy viejo. Cuando ya no le serví a mi amo me abandonó en el bosque. Ahí conocí a algunos animales que más tarde se convirtieron en mis mejores amigos. Cuido a algunas de sus crías y a cambio, me dan alimento y el tronco de un árbol donde duermo muy cómodo. Así nos ayudamos unos a otros. Sé que no le puedo simpatizar a todo el mundo y cuando alguien es rudo conmigo me retiro. Yo soy tranquilo, puro amor y paz. Cof, cof, cof… Dormir en el bosque tiene sus riesgos, la última lluvia me dejó esta tos de perro. Cof, cof.cof… A ver que me receta el doctor, espero recuperarme pronto para seguir echándole ganas a la vida, mientras me toca irme al cielo de los perros—, explicó Silverio.
—Y usted, don Ramón, ¿por qué ha venido a consultar?—, preguntó el perro ovejero.
—Pues miren, yo vivía con mi compadre Simón, el ratón, y su familia. Cuando se vendió la cremería donde vivíamos, él se fue con los suyos y yo me quedé con la esperanza de que vendrían otros dueños y habría queso nuevamente, mas no fue así. Me quedé sin comida, perdí mis anteojos y he tropezado tanto que estoy muy magullado, como ven, me lastimé una pata y vengo a curación. Aunque mi verdadero problema no es mi pata mala, sino mi mala cabeza.
lugar sin aceptar que las circunstancias cambian continuamente. Hoy sé que hay que salir a buscar nuevas oportunidades. ¿Usted qué opina, Lucy?
—Yo creo que está en lo correcto—, contestó la luciérnaga.
—Y usted Anita, ¿nos va a contar que le pasa? —dijo Ramón, el ratón.
—Escuchen. El Día Internacional de las Ranas, que es el 15 de febrero, se organizó un concurso para escalar el pino más alto del bosque. Éramos 54 ranas. A las ocho de la mañana empezó la competencia. Muy entusiasmadas comenzamos a trepar. Abajo escuchamos a dos grupos de ranas. Unas nos echaban porras animándonos y las otras trataban de desanimarnos diciendo que no lo lograríamos y otras frases parecidas. Yo me repetía una y otra vez: “lo lograré”. Cuando me cansaba me detenía un poquito, tomaba un respiro y seguía adelante, así lo hice hasta el final. Las demás se cansaron y desanimaron poco a poco, hasta que solo quedamos cinco. Las otras cuatro llegaron después que yo. Me siento tan satisfecha de haberme esforzado, aunque claro, me lastimé mis pobres ancas. Vine con el Doctor Búho para que me dé un buen ungüento. Estoy muy feliz por lo que logré con mi esfuerzo, y ¿qué creen? ¡Hasta salí en el canal de Animal Planet!
Todos celebraron la historia de Anita la ranita. En eso, una de las tres puertas que había en la sala se abrió, de ahí salió la lechuza enfermera. Cuando vio como platicaban entre todos, le dio mucha pena interrumpir, hasta se puso colorada y sus plumas blancas se le veían rosadas, tenía que avisarles que el doctor Búho había tenido una operación difícil, y aunque salió exitosa, estaba muy cansado y no podría atenderlos.
Cuando Tuza, la lechuza, se dio cuenta de que la estaban mirando y guardaron silencio, dio la noticia y agendó nuevas citas. Todos comenzaron a levantar sus pertenencias de muy buen humor. La espera había valido la pena, incluso