La Revolución  no es un sueño eterno, escribe Luciano Nuñez en No era penal

Los que saben de fútbol –como mi tíoDardo– afirman que los ídolos tienen los pies de barro. Y los ejemplos sobran en todas las disciplinas: Diego Maradona,Julio César Chávez, Tiger Woods,  Mike Tyson… Y en la política también. Fidel Castro –semiDios de la izquierda- murió esta semana, y con él, se apagó acaso el último revolucionario de una época con luces y sombras, con adeptos y detractores, con dignidad y traición.

Se fue el último y el más representativo de una generación que creyó y que supo cambiar el pulso de la historia de su pueblo, pero que quedó atrapado en una imposible teoría marxista que condujo nada menos que al aislamiento y laceró a los más débiles.

Tal el título de este espacio, apelo a la historia de Maradona para graficar lo que pasó en Cuba, según mi opinión, siempre a sabiendas de que hablar de Cuba es tan polémico como hablar de religión o política. Diego Armando nació –como muchos genios- en una humilde barriada bonaerense, Villa Fiorito, donde la aspiración más común es poder jugar a la lotería, estudiar o ser estrella de futbol para eludir la pobreza.

Dios de barro

Maradona llegó a la gloria tanto por su maestría como por su dedicación: era el último en salir de las prácticas y el primero en llegar, recuerdan sus técnicos. Pasó de Argentinos al Boca, a la selección Argentina y al Barcelona; ganó el mundial, hizo con el Napoli algo prodigioso: que el empobrecido sur someta al norte, al menos en el futbol; y cayó en las telarañas de la droga que precipitó su caída del Olimpo.

“Yo era un chico humilde, mi mamá dejaba de comer para darnos a nosotros. Decía siempre que le dolía la cabeza y con los años descubrí que era hambre”, recordó en una biografía, en la que admitió que no sabía qué hacer con el dinero, la fama y la gloria, cuando llegaron a la vez. ¿Estaba Maradona preparado para todo lo que vino fruto de su genialidad?: No.

Icono de la Juventud

Fidel encabezó el desembarco junto a un puñado de valientes, como Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, y ganaron la guerrilla de guerrillas junto a los campesinos. ¿Qué venía después? Gobernar. ¿Estaban preparados? Dicen que las ideas nacen dulces y se tornan amargas con el tiempo.  La revolución cubana fue un sueño, una utopía que se hizo realidad. Le dio alas a la juventud que venía de una herencia de guerras mundiales y guerra fría; de existencialismo y desesperanza.

El haber hecho posible ese cambio fue lo que enamoró al pueblo y al mundo, a toda una generación de soñadores que tomó como ícono a estos “barbudos”. Pero la gloria tuvo ganadores y sacrificados: Fidel y el mismo “Che” decidieron que los traidores debían ser eliminados. Que los escritores debían sólo escribir a favor del régimen. Que los homosexuales tenían que ir a la cárcel. Que la libertad era ser sólo hijo del estado. Los testimonios de cubamos que he conocido conmueven por la crudeza y la sinrazón de mantener un sistema que, ni en Rusia, origen del mismo, se mantuvo. “Llovían los coles que tiraba el gobierno desde los aviones, y con eso, mi madre tenía que hacer de todo y para toda la semana”, me confesó un conocido cantante de origen cubano radicado en México.

Dos vidas entrelazadas

Sin dudas, Fidel fue el faro de la izquierda latinoamericana. Era verbo, carisma, imagen y melancolía de una época teñida de valentía. Patria o Muerte. Durante buena parte de su mandato, dejó excelentes médicos, maestros, deportistas y analfabetismo cero. Como todo padre, tiene algo de manso y bastante de trueno. Fidel fue un genio con los pies llenos de barro como su entrañable amigo Maradona. Es el poder eterno el que nubla las buenas ideas, el que envilece a los gobernantes. Nada nuevo surgió en más de 50 años de gobierno más que la resistencia por el poder.

Pero la revolución, como escribió un autor argentino, Andrés Rivera, sigue siendo un sueño eterno para todos. Un sueño que podemos hacer propio en todos los ámbitos de la vida y que, el día que llegue, estemos preparados para asumirlo, soltarlo y volver a buscarlo. 

 

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