Los cerditos de doña Chona, de la escritora Leticia Flores Delfín

Allá, muy lejos, entre las montañas de la sierra de Misantla, Veracruz, había un colorido pueblito llamado Díaz Mirón, donde vivía Doña Chona, mujer morena, rolliza, fuerte, con grandes ojos negros y trenzas color azabache. Era viuda, así que ella sola cuidaba de sus tres hijos: Juancho, Domitilo y Longinos: de seis, siete y ocho años respectivamente. Criaban muchos animalitos, entre ellos: patos, guajolotes y gallinas de guinea que se veían muy chistosas porque eran jaspeadas en blanco y negro, con el cuello pelón. Los niños siempre ayudaban a todas las labores de la casa, incluyendo alimentar a este mini zoológico.
Se acercaba el cumpleaños de Domitilo, así que Doña Chona decidió ir a comprarle dos cerditos a Don Semáforo, su vecino. Le comentó que eran para el cumpleaños de su pequeño y lo invitó a la fiesta. Él dijo que escogiera ella misma los que quisiera, así que  observó a los cochinitos unos minutos y se decidió por unos medianitos.
Doña Chona llevó los cerditos a su casa. Juancho descubrió que a ellos si podía corretearlos, no así a los totoles, que eran muy enojones y lo seguían hasta alcanzarlo y picotearlo.
El día del cumpleaños de Domitilo, los niños se fueron a la escuela tan temprano como siempre. Chonita se puso un vestido viejo con su mandil, decidida a matar a los cerditos para el festejo, ya tenía todo preparado para esta ocasión, pero cuando los vio detenidamente le parecieron tan hermosos, regordetes, con su pelaje chino  rojizo, que le dio tristeza, se puso a llorar porque ya se había encariñado con ellos.
Los chamacos salieron temprano de la escuela, la encontraron sentada junto a la mesa, moqueando. Domitilo le preguntó a su mamá por qué lloraba. Ella le contó que no pudo sacrificar a los cerditos, que se había encariñado con ellos. El niño reflejaba felicidad en su rostro y le propuso comer cualquier otra cosa como tortas de queso. Longinos también estaba feliz y propuso otros platillos para la fiesta.
-Le voy a pedir a mi comadrita Chencha que me eche la mano con unos tamalitos de coco que a ella le salen rete ricos, yo haré el pastel y la horchata.
-sí mamá, nosotros te ayudaremos a hacer unas tortas de queso.
-Me parece muy bien-dijo, y los abrazó.
Ya iba atardeciendo cuando empezaron a llegar los invitados. Don Semáforo fue el primero, se rio mucho cuando supo el menú. Algunos de los que llegaban traían regalos y los ponían en una mesa. Los tamales de coco olían delicioso, el pastel se veía bien bonito con coco pintado de verde como pasto,  jugadores de futbol y hasta portería. Todos estaban tan contentos que el bailongo duró hasta el amanecer.
Al día siguiente los chicos se levantaron felices a alimentar a los animalitos. Y siguió transcurriendo la vida cotidiana en ese hermoso lugar entre las montañas donde los cerditos ya eran parte de la familia.

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