Mataron al rey, escribe Julio César Silva desde el Palco Quintanarroense

Culiacán es la ciudad mexicana donde la narcocultura encuentra su máxima expresión desde hace varias generaciones.

La narcocultura impregna a la sociedad sinaloense y se desliza no solo en las artes, sino también en el modo de vida… hasta en los “santos” que adoran, como Martín Valverde, patrono de los bandidos.

Hablar de narcocultura es hablar del auge de productos que versan sobre el narcotráfico en el mundo de la literatura, la música o el cine y de cómo sus raíces se encuentran aferradas a la sociedad.

La prensa, los periodistas no están exentos y no es porque estén ligados con las mafias o que trabajen para ella, aunque vivan de ella.

En Sinaloa, especialmente en su capital Culiacán, donde se vive en su máxima intensidad esa narcocultura, se asientan también los máximos exponentes de periodistas especializados en el tema del narcotráfico. Son tan eruditos, que constantemente los invitan a dar conferencias en foros nacionales e internacionales, lo que representa una importante fuente de ingresos para ellos.

Los sinaloenses leen con avidez todas las publicaciones en las que se hable del narcotráfico, de los narcotraficantes y sus familias, de los hechos en los que se involucran.

Los periodistas que se especializan en el tema del narcotráfico y editan publicaciones en las que la materia prima principal es esa actividad ilegal, ganan mucho dinero por las altas ventas que alcanzan sus revistas. Por esa misma razón, las empresas que venden productos y servicios las ven como un vehículo imprescindible para su publicidad y abonan de manera importante a los ingresos de los editores de esos medios de comunicación.

En Sinaloa hay un acuerdo entre los periodistas para tratar el tema del narcotráfico de manera superficial. En la mayoría de los medios se puede hablar de hechos, pero nunca mencionar nombres de los delincuentes involucrados.

Sin embargo, entre quienes se dedican a editar semanarios hay una fuerte competencia en la publicación de historias de alto impacto para ganar lectores, ventas y por tanto dinero y es usual que los periodistas responsables de esas publicaciones hagan trabajos de investigación que no se atreven a realizar ni las propias fuerzas de seguridad locales y federales.

A eso justamente se dedicaba el periodista Javier Valdez, ejecutado a balazos la tarde del lunes en Culiacán. De todos los comunicadores expertos en el narcotráfico, era el rey.

Sus propios compañeros le habían advertido del riesgo que corría al exhibir a los narcotraficantes en sus textos.

Quienes lo conocieron afirman que Javier iba un poco más allá de la realidad de las cosas, ponía en práctica sus dotes de escritor. Estaba en su derecho de ejercer su libertad de expresión, pero ya no le siguieron perdonando.

Mataron al rey y los príncipes, como todo el país, están estupefactos, muertos de miedo ante la incapacidad del Estado Mexicano de rescatar la gobernabilidad en zonas del país que, como Culiacán, hace décadas fueron tomadas por el narco.

En Culiacán muchos periodistas hacen las maletas para buscar nuevos horizontes, porque la cuna de la narcocultura es un infierno en el que es imposible trabajar.

“Hace cuatro horas que lo mataron, tengo todos los datos, ya me llamaron de todos lados para pasarles la nota, pero no he podido escribir una sola línea”, dijo una experimentada reportera de Mazatlán.

Platea

Quintana Roo es de los lugares donde los periodistas pueden darse el lujo de protagonizar insulsas disputas por una ley más que ante la falta de fuerza, de dientes, no marcará diferencia en el futuro del ejercicio periodístico y de quienes defienden los derechos humanos.

Es el paraíso. Sin duda son mejores, más divertidas esas disputas que balazos dirigidos a periodistas.

Correo: jsilva@palcoquintanarroense.com.mx

Twitter: @JulioCsarSilva | @PalcoQR

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