El cuento de «El Venti», de la escritora Leticia Flores

Los abuelitos de Tita: Tomasita y Moy, escuchaban en la radio que era el día más caluroso de los últimos diez años en Cancún. También sonaba el ventilador que aunque tenía muchos años, estaba medio destartalado y era bastante ruidoso, aún así lanzaba un aire fuerte y constante.

Esa mañana todos salieron de paseo y el ventilador aprovechó para platicar con la estufa.

—Estoy cansado de soplar, soplar y soplar. He trabajado tanto tiempo que quisiera descansar.

—Yo también trabajo mucho y aunque paso mucho calor, sobre todo en el verano estoy contenta con lo que me toca hacer.

Al medio día todos estaban de vuelta, los abuelitos se encontraban sentados uno al lado del otro en sus respectivos sillones. Platicaban de los nietos, de las noticias del periódico, de los juegos de bingo, en fin de muchas cosas que ambos conocían. Tomasita se abanicaba con un pedazo de cartón. Moy resistía el aire caliente que entraba por la ventana, fingía no tener calor.

—Oye corazón de melón, hace mucho calor aquí, ¿qué te parece si compramos un aire acondicionado con los ahorritos que tenemos?, dijo Tomasita mientras le quiñaba el ojo a su compañero.

Moy lo pensó muy bien antes de responderle:

—No quería gastar en eso, deseaba que fuéramos a pasar la Navidad en Veracruz.

Entonces sintió como le escurría el sudor por las sienes, como se deslizaba por los costados de las mejillas y resbalaba con gotas gruesas hasta el cuello. Después de secarse le contestó:

—Tienes razón sonrisita de sandía. ¡Trabajamos muchos años y nos lo merecemos! Mañana en cuanto abran la mueblería iremos a comprarlo.

El venti que había escuchado la conversación, se puso muy feliz. Le dijo a la estufa que por fin se tomaría unas vacaciones y se echó una carcajada.

Al otro día, cuando el cielo dibujaba pinceladas de colores, los abuelitos recibieron a los técnicos que llegaron en un carro blanco con la caja del aire acondicionado en el capote. Cuando ya estaba instalado cerraron las ventanas y sintieron la frescura. El ambiente era tan agradable que olvidaron preguntar cómo se regulaba la temperatura.

Después de la siesta Moy tomó el venti y lo puso en la banqueta junto al tambo de la basura.

— ¡Ya no te necesitaremos más, hasta aquí nos diste servicio! –dijo con cierta melancolía, porque, por cierto había sido un regalo de bodas.

Cuando llegó la noche, en medio de una lluvia torrencial, el venti lloraba amargamente.

— ¡Que tonto he sido! No valoré mi trabajo, ni mi hogar, ni mis amigos. Ahora estoy en la calle y si me sigo mojando ya no serviré más.

Mientras, en casa Moy y Tomasita dormían tranquilamente. Su nuevo aparato seguía echando aire cada vez más frío, se dieron cuenta cuando los dos despertaron estornudando.

—Ya nos resfriamos –dijo Tomasita entre estornudos, apenas si podía hablar.

—Desconecta el clima corazón.

Moy se levantó para hacerlo y entonces su esposa le dijo algo que él ya había pensado.

— ¿Por qué no vas a ver si no ha pasado el camión de la basura y te traes de nuevo el venti?- dijo mientras volvía a estornudar.

—Si corazón, voy corriendo.

Él se apresuró porque ya escuchaba la campana muy cerca. Llegó justo antes de que pasara el camión recolector. Metió el venti a la casa, lo secó y lo conectó. ¡Todavía servía! refrescó muy bien el cuarto.

Días después, con una amplia sonrisa le comentó el venti a la estufa:

—De la que me salvé. No volveré a quejarme por lo que me toca hacer.

—Hasta te fue mejor: te limpiaron, aceitaron y tienes un pedestal nuevo.

El venti sonrió complacido, tanto que hoy cuenta su peripecia a todos los que puede y es feliz al lado de la estufa, la lavadora y sus demás amigos.

 

 

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