El cuento de «La araña patona», de la escritora Leticia Flores

Una araña patona que vivía tranquilamente en el rincón de un tapanco en algún lugar de Cancún, salió a buscar alimento en una noche de luna llena. Iba atravesando el claro de una ventana cuando se encontró con una araña burlona.

— ¡Ah!, con que solo sales en las noches para que no vean que te hace falta una pata, ¿eh?

La araña patona hizo como que no la escuchó y continuó su camino. Consiguió su alimento y volvió a su rincón. Mientras comía recordó aquella tarde de verano cuando cruzó la sala y le salió al paso el gato Misifús, quien después de corretearla, de un arañazo le arrancó una patita.

—¿Cómo me fue a pasar eso a mí? Se lamentó como todos los días. Luego miró las fotografías de sus amigos y pensó:

—Me siento tan sola-,

Suspiró tan fuerte que todos los hilos que había tejido comenzaron a vibrar.

—Ya no quiero esconderme en la noche. No creo ser la única que tenga una discapacidad, ¿o sí?

—No, no lo creo-, se contestó frunciendo el ceño mientras acomodaba sus siete zapatos color melón debajo de su hamaca.

Y así, divagando, se quedó dormida.

Al día siguiente, lavó su hamaca de telarañas e hizo sus actividades cotidianas. Por la tarde, muy seria, se paró frente al espejo y decidida se dijo en voz alta:

—Por fortuna estoy viva, no se acaba el mundo porque me falte una patita, ya no me esconderé más, aunque no sé

qué hacer, Tendré que buscar alguna actividad para no sentirme triste. Mi vida tiene que cambiar.

Entonces, caminó hacia la casa de su comadre tarántula. Recordó que se reunían los domingos por la tarde para jugar, charlar y convivir. Después se iban a la verbena del Parque de Las Palapas. Al llegar no se decidía a tocar la puerta, tenía un poco de temor así que lo hizo quedito. Cuando le abrieron tomó una bocanada gigante de aire.

—Hola, vine a tomar el cafecito con ustedes-, dijo sonriente. Recordé que se reúnen hoy y quiero comentarles que ya no pienso ocultarme. En la vida te pasan cosas y no porque me falte una patita voy a vivir aislada. Total, a cualquiera le podría pasar, ya sea de nacimiento o por algún accidente, como a mí.

Todos se voltearon a ver, la hormiga al escarabajo; la abeja a la pulga; la cigarra a la luciérnaga, y se decían unos a otros: “tiene razón”.

—Bien por ti, comadre araña, haces muy bien en decidirte. Te felicito y siempre te apoyaremos. ¿Verdad, muchachos?

—¡Pero por supuesto! ¿Si no para que estamos aquí? Entre todos nos ayudaremos —dijo la abeja.

—¡Claro, la vida tiene mucho que ofrecernos! —concluyó la cigarra, casi gritando de emoción

La araña patona se dirigió al escarabajo.

—Compadre escarabajo, quiero inscribirme a ese concurso de postres que organiza usted cada primavera, esta

vez hornearé un exquisito pastel de zanahoria con nueces y almendras que me sale: ¡de rechupete!

Luego le tocó el hombro a la cucaracha.

—Comadre, anóteme para la siguiente excursión de compras a Belice, necesito renovar mi guardarropa, la que tengo está muy pasada de moda, necesito colores, brillos, yo que sé.

—Qué bueno que te animes a venir comadre araña —comentó la tarántula—, te esperamos todos los domingos para una rica convivencia. Si bien es cierto que ya no podrás concursar en la Carrera Anual del Limón, habrá otras actividades que sí podrás hacer. La vida te ofrece tantas cosas, que sólo tenemos que buscar cuáles son las mejores opciones para cada uno.

La luciérnaga que estaba muy calladita encendió su luz brillante al tener una idea que todos celebraron:

—Que les parece si invitamos a otros insectos que se encuentren en alguna situación parecida a la araña Patona, los ayudaremos y nos animaremos los unos a los otros.

De ahí en adelante la araña patona cada día tenía más amigos y era muy estimada por todos.

 

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